“Llevo diez años buscando a la señora Williams. Y no tengo suerte” – GENTE Online
 

“Llevo diez años buscando a la señora Williams. Y no tengo suerte”

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Robbie Williams, o Robert Peter (32), alguna vez pibe de clase obrera de Stoke-on-Trent, dice: “Puedo plantarme frente a 40 mil personas y decir: ‘¡Mírenme! ¡Soy un as!’”. Y por Dios santo que lo es. A ver: ¿quién se la banca así? Esa de salir como un dios del show todo tatuado frente a los mares de chicas que gritan, de mover su cuerpo fibroso con ritmo mortal, de cantar demasiado bien por casi dos horas, y encima, esa cosa que tiene él que no podés sacarle los ojos de encima por un segundo –ya sea que te excite eróticamente, o te interese musicalmente nomás–, hay que jurarlo, no la hace cualquiera. ¿Por qué? Fácil: el tipo es el artículo genuino. El popstar con actitud rock más original y vibrante del planeta. Ponélo ahí arriba, con las luces, y le va a salir de taquito, como todavía le sale a Jagger, como le salía a Freddie Mercury, quien venga. Después, en la cama, solo, es otra historia: “Soy capaz de irme al dormitorio y tirarme la frazada encima de mis ojos”. Robbie Williams, ciertamente, no es indestructible.

Viene, a caballito de su último álbum, Close Encounters, y con su Close Encounters Tour, monstruo grande que pisa fuerte y que no deja ticket sin vender, y que ya vieron más de dos millones y medio de personas. Cincuenta y cuatro noches non-stop en seis meses, desde Londres, vía Copenhague, a Núñez: sábado 14 –¡agotado!– y domingo 15 de octubre, en el Monumental. Ciento veinte mil entradas vendidas. Quedan menos de cinco mil.

Ah, ¿se acuerdan de la vez que vino acá? Noviembre de 2004, breve estadía pero relativamente tremenda. Durmió en la mansión del hotel Four Seasons y su baño con grifería de oro, mostró la cola por el balcón, tomó sólo café y agüita mineral, dijo que le gustaba Boca y el Diego le parecía un genio, cantó a todo aplauso en el entonces VideoMatch, pasó una noche con Amalia Granata, etcétera. Y eso que ni vino a tocar en serio. Tour promocional, nomás. Ya prometía tocar acá: “¡Espero estar vivo para ese entonces!”.

Robbie, hace unos días, canceló la parte asiática de su gira: Singapur, Hong Kong, Bangkok, Shanghai y Mumbai. Sus representantes dijeron que hacer esos shows “tendría un grave impacto en su salud”. Se dice que está cansadísimo y algo deprimido. Es comprensible: lo de él no es para cualquiera. Robbie mismo explica: “Estoy OK. Pero estoy exhausto, y hace diez meses que no voy a casa por promocionar mi disco y hacer la gira. Es demasiado para mí. Pero mis shows sudamericanos se acercan, y quiero estar listo para eso”. Santiago, Río de Janeiro, y nosotros. Dos semanas de descanso, por estos días. Y un paso por la clínica The Priory, donde fue Ron Wood, y a donde van Kate Moss y su novio Pete Doherty por sus respectivos rollos con la decadencia. Robbie va porque estar en la cumbre todo el tiempo no es cosa fácil. Va a salir de ésta, de seguro. Ya salió de cosas peores.

Williams, si conoce algo, es esa cima absoluta que pisaron un par de mortales nomás. Más de 35 millones de discos vendidos en poco menos de una década de carrera solista, algunas nochecitas de placer con Nicole Kidman o Cameron Diaz, el poder de tener a la chica que se le cante –“era ver la lista de las cien mujeres más sexys del mundo y yo me había acostado con quince de ellas”–, o el poder de fumar dos atados diarios de Silk Cut –“cigarrillos para damas”, dice él–, y que no le salga voz de taxista. Un Robbie más dios que hombre. Después, está el fondo. De chico, alcohol, un par de porros, speed –anfetamina que te levanta–, y la coca. Se la empezó a meter cuando empezó con Take That, su prototípico grupete pop de cinco chicos lindos, “dos minutos antes de mi primer concierto”. Después, con Liam Gallagher de Oasis, unos largos viajes de raya blanca. La crítica lo proclamaba como el nuevo Elton John. Y sir Elton mismo lo secuestró para meterlo en una clínica: “El me dijo que si seguía así, moriría”. Jamás reincidió. Jamás: “Me sentía miserable cada vez que me emborrachaba”. Repetirla, básicamente, no da.

¿Amor? ¿Mujer? ¿Una esposa que lo espere con la cena calentita? Nada de eso por ahora. Es más: a Williams nunca se le conoció novia fija. El dijo una vez: “Llevo diez años buscando a la señora Williams. Y no tengo suerte. Tengo tres perros. Me gustaría tener tres hijos”. Y otra vez, acá en Buenos Aires, lanzó: “Tengo todo el amor del mundo, y ninguna mujer para dárselo”. Y hasta hace un tiempo seguía medio colgado con Rachel, una chica del barrio, de cuando era sólo un chico, que le enseñó a tocar la viola. La cima, después de todo, es un lugar medio solitario. A principios de año, él, futbolero a muerte, jugó contra Maradona en el Old Trafford, la cancha del Manchester United, para ganarle 2 a 1 y después decir: “Es más grande que Pelé”. Tal vez eso sea buen consuelo. Para un genio como él es bueno sentirse acompañado.

Y por suerte, el 14 y 15 del mes que viene, en el Monumental de River Plate, vamos a estar de todo menos solos, con una absoluta bestia pop enfrente.

Robbie, con buzo de gimnasia y mirada asesina. Más de 35 millones de discos vendidos, y sigue. ¿Alguien lo puede parar?

Robbie, con buzo de gimnasia y mirada asesina. Más de 35 millones de discos vendidos, y sigue. ¿Alguien lo puede parar?

“<i>Puedo plantarme frente a 40 mil personas y decir: ‘¡Mírenme! ¡Soy un as!’. Después soy capaz de irme al dormitorio y tirarme la frazada encima de mis ojos</i>”

Puedo plantarme frente a 40 mil personas y decir: ‘¡Mírenme! ¡Soy un as!’. Después soy capaz de irme al dormitorio y tirarme la frazada encima de mis ojos

“<i>Estoy exhausto, y hace diez meses que no voy a casa por promocionar mi disco y hacer la gira. Es demasiado para mí. Pero mi shows sudamericanos se acercan, y quiero estar listo para eso</i>”

Estoy exhausto, y hace diez meses que no voy a casa por promocionar mi disco y hacer la gira. Es demasiado para mí. Pero mi shows sudamericanos se acercan, y quiero estar listo para eso

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